Qué hago si mi hijo tiene miedo
El
miedo es una reacción natural y universal, natural porque forma parte de las
respuestas habituales de los animales, garantiza la supervivencia de las
especies y universal puesto que es común a los seres humanos incluso a distintas
culturas.
El
miedo es una respuesta de alerta que avisa de un peligro inminente, va a permitir
poner todas las medidas de protección necesarias.
Si
un niño/a muestra gran temor por ejemplo, tras haber sufrido un accidente de
bicicleta, la función primera es adaptativa porque va a facilitar que ponga
mayor cuidado las siguientes veces que suba a una bici y si ha percibido que sucedió
por algo que no hizo correcto (como haber pasado por encima de una piedra), le
permitirá intentar evitar este error en siguientes ocasiones.
Hablamos
entonces, de dos funciones, la primera protectora, resguarda del peligro y una
segunda adaptativa, prepara para situaciones estresoras que el niño/a pueda
encontrar a lo largo del proceso de madurez.
Que
se prolongue en el tiempo va a determinar que un miedo deje de ser adaptativo y
se convierta en perturbador para el desarrollo adecuado del niño/a porque no
responde a ningún miedo real y dificultará su respuesta a situaciones
cotidianas. Si el temor a las caídas le impide montar en bicicleta, comienza a
ser desadaptativo, va a obstaculizar el normal desarrollo del niño/a.
La
mayoría de los miedos se deben a experiencias y situaciones externas vividas:
películas, hechos que observan en personas que les rodean, historias oídas en
el colegio, noticias de la televisión o la expresión de los miedos que hacemos
los adultos.
Los
miedos son individuales y muchos de aquellos que sufrimos de adultos, en la
mayoría de las ocasiones se inician en la preadolescencia y la adolescencia.
Desde
la niñez se tienen miedos de distinto tipo según la etapa evolutiva y que consideramos
característicos.
Así,
en la primera infancia los miedos se relacionan con el temor a la presencia de
extraños, a las alturas, a separarse de las figuras de apego, a ruidos fuertes
o a monstruos y fantasmas.
A
los dos años y medio se concretan los miedos a compañeros desconocidos y
aparece el comportamiento de timidez.
Hasta
los 6 años continúan el temor a extraños, ruidos fuertes como tormentas y se
incrementan el número de estímulos capaces de generar miedos. Se inician en
esta etapa preescolar, el temor a los animales.
De
los 6 a los 11 los miedos son más reales debido a que la madurez cognitiva del
niño/a le permite distinguir lo real de lo imaginario. Toman más importancia
los temores a los daños físicos o médicos, los miedos escolares y a las dificultades en las relaciones con
los iguales.
A
medida que avanza la madurez cognitiva, los miedos disminuyen.
En
la preadolescencia y adolescencia los temores se centran en el rechazo de
compañeros, las críticas, además de los fracasos académicos o deportivos.
Ante
los miedos infantiles los padres y madres con nuestras acciones podemos
favorecer que la evolución de los miedos sigan un curso adaptativo:
- Mostrar apoyo y entendimiento de sus temores, evitar decir: “no seas tonto”, “duérmete no hay nadie debajo de la cama”, “ ¡cómo te va a dar miedo entrar en la habitación!” , es impedir ridiculizar, sermonear o castigar.
- No mostrar excesiva preocupación ya que los padres y madres, en general educadores/as, servimos de modelo y ejemplo para los niños/as, se trata de impedir dramatizar y dar importancia desmedida a situaciones que podrían ser ocasionales.
- Si tratamos de entender los temores como algo natural, les quitamos importancia, recordándoles que, por ejemplo “es normal que nos dé miedo un perro que ladra furioso”.
- Sobreprotegerles, no les ayuda a superarlos, hace a los niños/as dependientes de los adultos: “no puede ir a dormir con su amiga porque le da miedo que no durmamos en la habitación de al lado”
- No obligarles a realizar la conducta que temen, es preciso reforzar las aproximaciones progresivas a las situaciones temidas, es una forma de ayudarles a resolverlo por sí mismos.
- Aprendemos por modelado, es importante no hacer explícitos nuestros temores. Es común mostrar nuestros propios miedos, fobias a montar en ascensor, a las alturas o en avión, son imitadas en muchas ocasiones por los chavales.
- Favorecer el afrontamiento de la situación temida sirviéndoles de modelos exitosos, esto es más eficaz si observan que sus iguales lo afrontan de forma adecuada.
Es frecuente que por distintas
circunstancias, los miedos se hagan resistentes y se acomoden haciéndose
desproporcionados, no siempre es fácil determinar la frontera entre lo normal y
lo disfuncional, si el comportamiento no es adecuado al desarrollo del niño/a y
altera su normal desenvolvimiento en su vida familiar, social y escolar es
recomendable recurrir al psicólogo/a especialista en infancia, con técnicas
adecuadas a la edad y el apoyo de los padres y madres, los niños/as son una
fuente sorprendente de recuperación.
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