Hijos del divorcio
De todos es conocido que los movimientos sísmicos son de
distinta envergadura y provocan variedad de fenómenos, desde tsunamis hasta pequeños terremotos, en
cualquiera de los casos, son energías internas de la tierra que promueven un
cambio.
Estos hechos naturales no desmerecen la sabiduría popular
que dice que “el amor mueve montañas”, el amor
y por añadidura el desamor, también pueden provocar desde pequeñas
oscilaciones hasta virulentos
desplazamientos en el territorio, resultado de ello son las crisis y los
cambios.
Tras las separaciones y/o divorcios, todos y cada uno de los
miembros de la familia se ven obligados a iniciar una etapa en la que se han de
afrontar nuevas situaciones. Como padres
y madres nuestra máxima preocupación en estos escenarios de conflicto son los
hijos y las hijas.
Es cierto, que los niños y niñas sufren desajustes, podemos
hablar así que su muestra está relacionada con las variables ambientales y las
personales. Entre estos factores de riesgo el más significativo es la edad ya
que en cada momento las reacciones se verán marcadas por el período evolutivo
en el que esté inmerso el/la menor.
Las reacciones presentadas afectan tanto a las emociones, a
las cogniciones, como a la conducta, se reflejan en los más pequeños en problemas
de conducta (los problemas escolares o conductas regresivas), mientras que en
los mayores la afectación se refiere a la competencia social, son los déficits
de habilidades sociales. Estas muestras
cognitivo-conductuales y emocionales las
vamos a entender dentro del proceso adaptativo a los cambios y a la nueva
situación familiar. En este contexto,
son naturales si facilitamos el proceso y desadaptativas si estas conductas
perduran e irrumpen en la vida cotidiana de los niños y niñas, escolar, familiar
y/o social.
Las demostraciones que los chavales hacen de sus necesidades
en este proceso, podemos resumirlas en los siguientes intervalos de edad:
De 0 a 3 años
pueden aparecer regresiones, hacen referencia a las conductas ya adquiridas
según la madurez evolutiva del niño/a y que sufren un retroceso, por ejemplo,
el control del pis o hablar como si fueran más pequeños. En otras ocasiones, se
observan problemas de alimentación, de sueño e incluso un llanto fácil.
A la edad de 3 a 7
años pueden mostrar miedo al abandono y a la pérdida de la madre o padre
custodio. Expresan temores, quejas,
demanda de mimos, confusión, tristeza y también regresiones, al igual que los
más pequeños. A veces se creen responsables de lo sucedido por lo que se
sienten culpables: “mis padres se han
separado porque me porté mal”
Y no es difícil encontrar dificultades escolares y de
rendimiento o en el aprendizaje o un comportamiento más “travieso” en casa o en
el colegio.
De 7 a 12 años,
es una etapa en la que pueden presentar dificultades peculiares, ya que a veces
tienen sentimientos de pérdida, de traición y rechazo, además de sentir
confusión. Estas emociones les llevan a mostrar, en ocasiones, hostilidad con
el padre y la madre, hiperactividad, dependencia y ilusión de reconciliación.
A veces el niño o la niña adopta el papel de “celestino-
intermediario” entre sus padres, les hace comentarios como “mamá llora y te echa de menos”,
inventando situaciones o comentarios. Esto es fruto de expectativas poco
realistas y una comprensión errónea de la separación.
En la adolescencia
es más significativa la preocupación por la pérdida de la vida familiar, no es
infrecuente encontrar hostilidad y un sentido de responsabilidad con la
familia, incluso se preocupan por la
capacidad futura de establecer una pareja. Un riesgo añadido es la asunción de
los hermanos mayores del rol de cuidadores y responsables de hermanos pequeños
El manejo de estas situaciones por los progenitores y el
entorno familiar próximo es clave en la adecuada adaptación a un proceso de
separación marcado por grandes cambios.

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